MEMORIA (artículo de José Ramón Tomás)

El pasado día 26 de septiembre se conmemoró en la playa del Arbeyal, junto a la estatua alegórica de Vicente Moreira, el 78 aniversario de la partida de los llamados niños de la guerra.

En aquel entonces se iniciaba el éxodo, en busca de protección y de seguridad, de más de 1100 niños y unas decenas de cuidadores huyendo de la barbarie de una guerra civil, donde las fuerzas sublevadas contra el gobierno de la II República recibían el apoyo del nacionalsocialismo alemán y el fascismo italiano que jugaban sus primeros movimientos en la partida por el control de Europa. La llamada no intervención escondía el miedo de las clases dominantes de las democracias liberales europeas al triunfo de una revolución en la España republicana, en un momento en que toda Europa aun sufría las consecuencias de la crisis del 29 y la agitación social de las clases populares cada vez mas politizadas. Éstas reclamaban mejoras sociales siendo conscientes de haber pagado el más alto precio en la tremenda masacre que había significado la I Guerra Mundial. Lo que derivaba en carta blanca para Alemania e Italia en su injerencia en el conflicto español y todo tipo de dificultades y trabas al legítimo derecho de la II República para la obtención de los recursos necesarios para su defensa.

En este escenario de miseria moral y política de aquella Europa, 1100 niños y sus acompañantes accedían, en la madrugada del 23 al 24 de septiembre de 1937, por la escala del buque Deriguenrina de pabellón francés amarrado en la dársena del puerto del Musel. Iniciaban así el camino a un destino incierto con la esperanza de encontrar protección y humanidad. A ellos les correspondía el dudoso privilegio de ser los primeros refugiados de guerra, como los que luego se produjeron con la caída de Gijón (20-10-1937) en manos de los sublevados y, en algo más de año y medio, la caída de Cataluña y Valencia. Todo quedaría empequeñecido ante las tragedias que produciría el inicio de la II Guerra Mundial el 9 de Septiembre de 1939. No es descabellado considerar la Guerra Civil Española como el primer acto de la II Guerra Mundial, y la posterior invasión de Polonia como la continuación del nazismo en Europa.

La singladura de los niños vascos, santanderinos y mayoritariamente asturianos no hacía más que comenzar con su arribada al puerto de Saint Nazaire, donde transbordaron al buque de pabellón soviético Kooperasiia. Éste los traslado al puerto de Londres donde volvieron a embarcar en el también buque soviético Feliz Daezkinsky, desembarcando finalmente en el puerto de Leningrado. Aquellos niños que habían salido del Musel al fin había llegado a la seguridad y protección de un país en donde por un corto periodo gozarían de la educación y medios a los que cada niño tiene derecho. Los horrores de la guerra en Europa alcanzaron a aproximadamente 3291 niños españoles en Rusia, entre los que se encontraban aquellos que habían salido de Gijón.

La invasión de Rusia, en 1941, por parte de Alemania marcó el destino de todos estos niños. Algunos, los de mayor edad, se enrolaron en el ejército ruso para defender el suelo que los había acogido, mientras que a los más pequeños les toco sufrir las miserias de la guerra.

La odisea de aquellos niños aun pervive, muchos reposan en la tierra de acogida mientras otros fueron regresando a España paulatinamente o inmigrando a Méjico, Cuba o Sudamérica donde formaron sus familias. Parte de ellos optaron por continuar en su patria de acogida, donde tienen a sus hijos, nietos y biznietos. Todos ellos siempre se sintieron españoles y supieron trasladar a sus descendientes una parte de nuestra cultura, para pesar y vergüenza de los gobiernos de su patria de origen que tanto tiempo les mantuvo en el olvido. Solamente en los últimos años se les ha reconocido su tremendo destino, lejos de sus familias y de su lugar de nacimiento, facilitándoseles algunas ayudas en muchos casos de formas cicateras.

Que horrorosas similitudes se producen entre aquella convulsa y desgarrada Europa y la Europa en la que vivimos. Parece que tanto horror, destrucción y sufrimiento no ha sido suficiente para sacar las conclusiones necesarias. Actualmente, vivimos en una Europa asolada por la crisis económica, los recortes, el paro y la desesperanza, donde resurgen nacionalismos trasnochados, y los herederos del nazismo y del fascismo surgen de la oscuridad donde se ocultaron y nunca desaparecieron. Por nuestras carreteras vagan gentes que huyen de guerras de las que en muchos casos tenemos responsabilidades. Nos piden ayuda y protección como refugiados políticos o de guerra, y de nuevo los gobiernos de una Europa miope y miserable son incapaces de adoptar el liderazgo que la dignidad y la justicia exige. Nuevamente ha de ser la gente llana la que salve nuestra dignidad, la que sabe ver que ayer éramos nosotros los refugiados, tal y como los fueron los 1100 niños que salieron del Musel y tantos otros que pagaron con su sufrimiento y su vida la lucha contra el horror.

De nosotros depende conservar en el recuerdo la memoria de los hechos y con la experiencia de las generaciones que supieron sobrevivir a tanta sin razón, sortear las trampas que el egoísmo y el salvase quien pueda nos pone en el camino de esta cínica y descreída Europa. Como supieron hacerlo más de 30000 niños españoles que en aquellos aciagos años buscaron refugio en otras sociedades.

Honor y reconocimiento a todos aquellos que sufrieron y lucharon por la dignidad y la libertad, para que hoy vivamos en un mundo ligeramente mejor.

José Ramón Tomás es responsable de Memoria Democrática de IU-Xixón

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